domingo, 21 de mayo de 2017

Que hoy sea el primer día del resto de tu vida

Normalmente no hablo de mis sesiones y, por supuesto, nunca de las personas que acuden a ellas (no lo voy a hacer ahora). Pero de alguna manera siento que deben saber, y de esta manera explicar a los demás, las maravillosas experiencias y el increíble aprendizaje que yo saco de ellas. No decidí de manera consciente trabajar con mujeres: ellas fueron acudiendo a mí y yo entendí que era un camino que debía recorrer.


Son muchos los que no terminan de entender que es lo que se hace en una sesión de Coaching y es normal. Demasiada información, demasiada mezcla de profesionales intentando hacerse un hueco, que comparten una filosofía, pero que no necesariamente se dedican a lo mismo. Hombres y mujeres que un día, a través de la inteligencia emocional, el Coaching, la Programación Neurolinguistica, el Mindfulness, la psicología positiva o, como en mi caso, con formación en cada una de ellas, resolvieron problemas y aprendieron a vivir de otra manera y que ahora se dedican a ayudar a otros.


Me gusta decirles a mis chicas que, aunque es verdad que cada uno de nosotros somos seres únicos, con nuestras peculiaridades, aprendizaje, creencias, prejuicios, experiencia, con nuestra propia manera de interpretar el mundo, no somos tan originales. Lo hago porque entiendo que todos recorremos caminos parecidos y en el compartir de nuestras experiencias (buenas y malas) nos sentimos menos solos.


En este tiempo he conocido mujeres de diferentes edades y como es lógico en diferentes etapas de la vida.


Ser madre o no, con hijos adolescentes o con bebés, con profesiones que les apasionan o todavía en la búsqueda de su pasión, con pareja o sin pareja... todas ellas con una historia personal maravillosa que hace que me replantee cada poco mi propia interpretación del mundo.


Lo enriquecedor de esta profesión es siempre la posibilidad inevitable de aprender, de mirarte en el espejo del otro y los despertares que esto provoca.


Las admiro porque no se conforman con lo que saben ni con lo que les pasa, porque quieren estar mejor, porque quieren conocerse y ser la mejor versión de sí mismas, porque están dispuestas a hacer una revisión de sus creencias y a romper con sus limitaciones, porque se comprometen. Las admiro por su generosidad, por el ejercicio de confianza que hacen conmigo y que, a veces, (soy consciente) no es fácil e incluso doloroso. Las admiro por su honestidad y porque les mueve el amor.


Es difícil romper con esa creencia tan arraigada de las mujeres que nos ha convencido de que nosotras siempre vamos después que el resto, sintiendo siempre ese dedo acusador que te señala a la mínima que te sales del camino marcado. Tú tiempo de cuidarte empieza cuando todos los demás están bien, a salvo.


Todas aquellas cosas que debes ser: primero una buena niña, después una buena chica, una "señorita", una buena madre y, en definitiva, una mujer como Dios manda.


Desgraciadamente esta creencia que hemos asumido casi como una ley universal nos hace sentir culpables si no estamos siendo o no hemos sido lo que se esperaba de nosotras.


La culpa es social y ésta creencia también.


Trabajar sobre ella con el fin de eliminarla es un trabajo maravilloso lleno de aprendizaje.


Invitada, como no, a reflexionar sobre esto demasiado a menudo, me he dado cuenta de todo lo maravilloso que nos vamos perdiendo a causa de esta creencia. En nuestra carrera por la igualdad hemos asumido roles nuevos pero sin descartar los antiguos (o descartándolos solo de cara a la galería) pero sin creérnoslo de verdad. Y ahora nos encontramos desempeñando todos los papeles. ¿Os acordáis de aquel juego de cartas de las familias? Pues nos hemos repartido todas las cartas.


La hija, la madre, la esposa, y el jefe de la tribu; ese también.


Yo tuve la suerte de pasar mucho tiempo con mis hijos en su infancia y en su adolescencia. Gracias a mi situación y a mí marido, que siempre entendió como yo la importancia de ese tiempo. Fue mi elección, no era mejor ni peor, solo tuve la suerte de hacer lo que de verdad quería hacer y me siento muy afortunada por eso. Trabajé a tiempo parcial, pequeños trabajos de los que siempre aprendí y cuando llegó el momento, el que yo consideré, volví a estudiar y tuve un trabajo a jornada completa. Tengo que reconocer que yo también me dejé llevar entonces por algunas creencias que me gritaban que debía tener un trabajo serio y que lo que yo consideraba mi pasión no era más que un hobby y que así lo debía sentir y desarrollar. Todavía hoy, algunos días, en los que me visitan las dudas, los miedos y el cansancio, me entran ganas de dejarlo todo y dejar de pelear. He tenido las dos experiencias, la de ser madre a tiempo completo y la de repartir ese tiempo entre estudios, trabajo, casa y familia. Durante mucho tiempo no me sentí feliz, nada era suficiente ni me sentía lo suficientemente completa. Siempre quería un poco más, siempre la sensación de que cuando terminara esto o aquello por fin habría llegado. Me costó mucho tiempo y ayuda comprender que nada de lo que hiciera me haría feliz si no empezaba  por revisar mis creencias, dejar de sentirme culpable por querer siempre un poco más, reconocerme el derecho a dedicarme a mí, a cuidar de mi, a respetarme y dejar de juzgarme. En este tiempo he tenido también la oportunidad de conocer a algunas mujeres llenas de talento que apostaron un día por ellas, por vivir de su pasión. Mujeres emprendedoras que me sirven de inspiración y que en momentos de flaqueza me recuerdan que ésta es la única vida que vamos a vivir, que  no hay otra vida de reserva para poder hacer lo que no hiciste y que no puedes esperar a mañana para empezar o para atreverte porque por horrible que suene, mañana puede que sea el último día de tu vida.


Las cosas se vuelven un poco más fáciles cuando entiendes que tu vida tiene fecha de caducidad.


Querer tener una profesión que te apasione, dedicarla todo el tiempo que necesite, sin sentirte culpable por estar descuidando todo los demás es, aunque no nos guste o nos cueste reconocerlo, todavía una cuenta pendiente que tenemos las mujeres.

O nos lo creemos de una vez o sentiremos siempre esa presión, el miedo o la preocupación, el juicio constante que nos hacemos a solas.


Esto no pretende ser un manifiesto feminista (nada más lejos de mi intención) no me gustan las posturas radicales y además creo y siento que el final de la desigualdad llegara el día en que dejemos de sentirnos desiguales y ocupemos todos los mismos lugares sin tener que pedir permiso por ello o justificar a nuestro sexo.


Lo que quiero decir es que si desterramos nuestras creencias y nos enfrentamos de verdad y sin juicios a lo que de verdad somos y empezamos a decidir sin miedo a lo que los demás opinen sobre nosotras elegiremos caminos mucho más fáciles y satisfactorios.


El otro día me decía una de mis chicas que se sentía como el burro detrás de la zanahoria. La entendí perfectamente. De esa manera tan gráfica se resume ese sentimiento inconformista que no nos deja ver que ya hemos llegado. Que ya nos podemos parar a disfrutar.


Este post tiene mucho que ver con aquel día.


Es verdad que no somos tan originales, tan verdad como que no todas nos sentimos igual ante las mismas circunstancias, tan cierto como que hay profesiones que no tienen ese techo de cristal contra el que algunas mujeres tienen que aplastar su nariz con la certeza de que nunca pasaran de allí. Realidades diferentes que cada vez más y con más frecuencia hablan de empezar por resolver desde dentro a través del desarrollo personal.


Un día, una de esas mujeres que me inspiran de las que os he hablado antes, soltó una de esas preguntas que te remueven y te despiertan y que yo hoy, y para terminar, te planteo aquí.


Si te sintieras absolutamente libre de decidir, sin miedo a los juicios y opiniones de los demás , si no existiera ningún freno externo o interno, ¿qué harías?


Eso que te respondas es lo correcto.


Gracias a todas por las lecciones.


#namaste





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