jueves, 13 de julio de 2017

Antes del desayuno



Me despierta la luz que entra por la rendija de la contraventana, que deliberadamente, dejé anoche con el propósito de que el sol me diera los buenos días. Mi primer pensamiento vuelve a ser de agradecimiento, casi de alegría contenida, porque una parte de mí sigue diciendo: agradece en silencio, no vaya a ser.

No recordar mi último pensamiento antes de dormir me proporciona una paz infinita; todo estaba bien.

El tan preciado equilibrio se vende caro y es siempre una cosecha difícil, por eso, cuando llega, hay que agarrarlo y saborearlo a mordiscos, como una fruta jugosa que al morder se derrama por las comisuras y resbala por la barbilla haciéndote cosquillas.

Le digo a Dori que este año he llegado agotada y sus ojos se llenan de comprensión, casi de compasión acompañada de ternura, de dulzura, y a la vez de compromiso por hacer todo lo que esté en su mano para que me recupere y me vaya como nueva.

Me pone el café como a mí me gusta y mis dos mermeladas favoritas, que ella misma prepara: de cereza e higos. Le añade al plato un pedacito de bizcocho de limón casero y yo, aunque sé de antemano que no podré comérmelo, disfruto de este detalle que huele y sabe a “todo esta bien”.

En mi paseo diario por las redes sociales me encuentro con un recordatorio de Facebook que me avisa de los enlaces que he guardado recientemente y me voy de inmediato a ojearlos. Tengo la costumbre de guardar para más adelante lo que por falta de tiempo no puedo leer y ahora es un buen momento. Abro uno de los blogs y leo: “La obligación de ser o no felices”. Critica, la ya convertida en costumbre, de fotografiar nuestros momentos felices y compartirlos por las redes sociales. Comenta incluso, un estudio realizado por una Universidad Americana, que asegura que contemplar los momentos felices de los demás, mientras nosotros estamos de”bajón”, provoca ira, enfado e incluso tristeza . Opina que la felicidad, no puede convertirse en un propósito de vida porque éste nos provoca ansiedad y, que mucho menos, puede ser algo que estemos obligados a sentir. 

Estoy de acuerdo en esa parte; no estamos obligados a sentirlo. 

La felicidad es una consecuencia, o así lo veo yo. El resultado de compartir la vida con personas que nos hacen sentir bien, que nos dan su tiempo, su amor, y que incluso al compartir sus tristezas nos hacen sentir parte de su vida. La felicidad es el producto de viajar, de saborear otros lugares y enriquecer nuestra existencia. Es también un efecto de trabajar en lo que te gusta, de ponerle pasión a lo que haces, de sentir que merecerá la pena todo el tiempo que le dedicas y que le quitas a otras cosas. La felicidad es la secuela de sentir que haces todo lo posible por estar sano y bien, de cuidar a los que amas, incluido tú.

La felicidad no es el fin, estoy de acuerdo, es la consecuencia.

Dice la entrada del blog que si hay que elegir entre la felicidad y la paz; mejor la paz .

Quizá estoy de acuerdo con eso también. Sobre todo cuando la alegría o la felicidad se viven de manera anticipada y se cubren de expectativas. De euforia quizá. 

Yo soy muy fan de la paz o del equilibrio, como a mí me gusta llamarle. Ese “todo está bien” que hace que mires el mundo con optimismo, como un lugar lleno de posibilidades y del que tú eres una parte importante. 

Respecto de fotografiar nuestros momentos felices y compartirlos con los demás o no, a mí me parece bien , que se compartan, quiero decir. A mí no me enfada contemplar los momentos felices de los demás, todo lo contrario. 

Me gusta miraros, me gustan los filtros y las sonrisas profident, me gustan los lugares que mostráis y, aunque me den un poco de pudor, las declaraciones de amor que os hacéis públicamente . 

Lo que no me gusta son las opiniones interesadas, los malos rollos, las imágenes de animales muertos. 

La imagen de la maldad no me gusta. 

Me gustan las reivindicaciones en positivo, la gente que se mueve y busca soluciones, me gustan los granitos de arena; si le pones un filtro para que llame la atención, mejor que mejor. Llámame rara si quieres, pero a mí lo que me indigna, enfada, preocupa y rompe mi equilibrio y como consecuencia, lo que me aleja de la felicidad, es la falta de respeto, la intolerancia, la infelicidad, la injusticia, la enfermedad, la falta de amor, la soberbia, lo ordinario. Así que yo seguiré compartiendo mis momentos felices, disfrutando de los tuyos y aportando mi granito de arena en aquellas causas en las que creo que puedo hacer algo.

Y hablando de hacer algo me he acordado de una fábula. Cuenta como un hombre quiso cambiar el mundo y, después de una lucha de titanes, comprendió que para cambiar el mundo debía empezar por cambiar él mismo. 

Llámame rara otra vez, pero yo creo que en la medida que yo sea más consciente, tolerante, respetuosa, comprometida con mi entorno y con los que lo conforman, estaré contribuyendo a cambiar las cosas. 

¿Y si todos lo hiciéramos? ¿Te lo has planteado? 

Creo que los grandes cambios empiezan dentro de uno. 

No me gusta que me digan lo que tengo que hacer, decir o pensar. No me gusta que me etiqueten por ser de ese grupo de personas (corrientes las llaman) que abogan por el bienestar y por el autoconocimiento. A veces siento que intentan mostrarnos cómo personas superficiales porque procuramos mostrar una imagen más bella y optimista de la vida. 

Yo no sé tampoco que es la felicidad, o el amor. Sé de sentir las cosas y de luchar porque nada me distraiga; os aseguro que esa no es una tarea fácil. Sé que la enfermedad es aleatoria en muchas ocasiones y sé, que cualquier día me moriré. Esa certeza me ha dado la vida, así, como suena, me ha dado las ganas de disfrutar de mi tostada de mermelada de cerezas mientras la “Garganta de los Infiernos” me da los buenos días y me grita que ella, seguirá aquí cuando yo ya no esté. Que soy más pequeña que una hormiga comparada con su inmensa y verde superficie, pero que hasta ésta hormiga, puede provocar una catástrofe si no entiendo los principios básicos de la vida y del amor “ no te dañes, ni dañes a otros “. 

Voy a seguir poniéndole filtros a mis fotos porque para cosas feas, ya tiene cada uno las suyas y, voy a seguir diciendo, cuando tenga la oportunidad, que lo intentes, un poquito cada día, que mires a tu alrededor también con filtro, que por mucho que nos empeñemos casi nunca tenemos razón. Voy a seguir escribiendo sobre el amor y, no quiero estresarte , pero para mí no hay nada más. De lo otro; lo que nos enfada, asusta, cabrea, desenfoca y entristece, ya se ocupan otros. Que no me parece mal, de verdad, no me mal interpreten. De hecho, lo que me parece, es que todos ocupamos un lugar y, este, es el mío. 

Este lugar donde la felicidad no es un fin, solo una consecuencia.

Sandra Ortega Larrumbide 


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