sábado, 19 de agosto de 2017

UNA MISMA TRIBU

Yo no tengo ni idea de qué pasará mañana, ni cuánto tiempo tendremos que lamentar que en nombre de dioses a los que mantenemos al margen cuando nos conviene se acabe con las vidas de personas. 

Tengo unos vecinos musulmanes, una familia con dos hijos. El mayor, un adolescente de una edad parecida al mío. Guapo, Moreno y con ese flequillo/tupé que hoy se dejan todos y que los hace parecer miembros de UNA MISMA TRIBU. La pequeña es lo suficientemente pequeña para entender lo que significa ser musulmana en un momento así. Ojalá pueda mantenerse mucho más tiempo es esa ignorancia y, ojalá, no tenga que sentir miedo nunca por serlo. 

Anoche, cuando volvíamos de trabajar, estaban charlando en la puerta madre e hijo, levantaron sus manos para saludarnos y nos sonrieron. Me conmovió el gesto y sentí miedo a la vez. El miedo de ella, de su madre, una madre que como yo tiembla cuando piensa que alguien pueda hacerle daño. Que alguna persona confundida aún por la diferencia entre la religión y el terrorismo le considere un enemigo contra el que luchar. Una madre que siente la indefensión profunda cuando otros en nombre de su Dios asesinan y siembran el terror. El miedo de una madre que dejará que su hijo marche esa noche a hacer las cosas que hacen los adolescentes y rezará (supongo) porque nadie mire a su hijo y confunda el objetivo.

En la calle donde vivo no se huele la violencia, ni el fanatismo, ni nada que recuerde lo que está pasando. En la calle donde vivo hay personas que intentan vivir en paz. Diferentes religiones que se saludan con la mano cuando se cruzan. Personas que se sienten amenazadas por la misma violencia y que condenan el mismo terrorismo. 

Barcelona; en la calle donde vivo, a todos se nos encogió el alma en el mismo suspiro. 


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