jueves, 12 de octubre de 2017

HAY SONRISAS PINTADAS DE ROJO QUE INSPIRAN LA POESÍA DEL MUNDO




A las “casi guapas”, esas a las que nos contaron que la belleza estaba en nuestro interior y que los labios rojos son sólo para salir de fiesta, tengo el placer de comunicaros que podéis pintaros de rojo desde que os levantáis por la mañana y miraros al espejo para recordaros la belleza exterior que también tenéis.

Y es que esto de la belleza nos ha hecho mucho daño.
¿No te lo parece? Yo nunca voy a ser una de esas mujeres que tienen la graduación de bellas.
No tengo su nariz pequeña, sus pómulos marcados y sus tetas perfectas. Ni te cuento su vientre plano y sus pies de anuncio del Dr Scholl.

Muchas de nosotras crecimos pensando que esto no era un problema, porque siempre podríamos cultivar nuestro interior.  Pero el interior, preciosas mías, es algo que no se ve cuando te miran a los ojos y, a veces, nadie te da una conversación que vaya mas allá de un “Hola, ¿qué hay?”.
Y en esa distancia ya me diréis a mi como muestras tu interior bello y cultivado cual jardín de rosas y margaritas.

Ya sé que estaréis pensando que si ahora va a ser la belleza indispensable para ir por la vida y, mi respuesta, es que si.
Lo siento, es una conclusión reciente a la que he llegado y que quería compartir.

Y es que la belleza es una cuestión de actitud, como todo en la vida.

Tranquilas, chicas, voy a explicarme.

Pregúntate quién dice que tú no eres guapa. Probablemente desde pequeña has oído cosas del tipo: “no eres guapa pero eres resultona”, “tienes algo”, “si perdieras un poquito de peso estarías perfecta”, “lo que no tienes de guapa lo tienes de simpática”.

¡A la mierda ya, hombre!

Nos lo decían los demás y nosotras nos lo hemos creído como si fuera un catecismo, y así nos va.
Lo decían las revistas, los anuncios de ropa en la que no cabemos, las cremas que nos venden las marcas más famosas y que tienen la manía de ponérselas a mujeres que no las necesitan, y las actrices más preciosas de la pantalla. Lo decían las guapas de tu grupo de amigas, y quizá hasta ese novio gilipollas que era todavía más feo por dentro que por fuera. ¡Y mira que eso es difícil, eh!
Y tú, yo, nosotras, hemos llegado hasta aquí pensando que había que conformarse con eso y con eso vamos por la vida.
Tapando esa sonrisa de “casi guapa” con un discreto brillo de labios y un perfilador de ojos que tampoco sobresalga mucho de la cara, no sea que alguien nos mire y piense que dónde vamos así.
Hombros hacia delante que oculten nuestras tetas no perfectas y tapándonos el culo con camisetas XL. Y ese no es el problema, que quizá esa ropa te siente hasta bien. Es que todo eso esconde tu belleza y no deja ver que tienes unos ojos llenos de verdades que es necesario que otros vean porque seguro que, aunque tú no lo sepas, hay alguien que te mira y le inspiras el día.
Porque hay sonrisas pintadas de rojo que inspiran la poesía del mundo.
Y esto no va de sacarte partido, pintarte como una puerta y salir al mundo convertida en una mala caricatura de ti misma. No. Esto va de cambiar tu actitud.
Piensa en todas esas personas que juzgaron tu belleza y deja de mirarte con sus ojos. Mírate con los tuyos, con los de hoy. Sonríele al espejo del baño mientras pones morritos y le dices que hoy te vas a comer el mundo. Piensa en todas las veces que has amado hasta romperte con ese cuerpo lleno de imperfecciones. Las veces que alguien te miró a pesar de tu casi belleza y ya no pudo olvidarse de ti. Acuérdate de todos los lugares a los que te llevaron tus pies no perfectos y las veces que tus ojos contaron todo lo que las palabras no eran capaz de expresar. Piensa en todo lo bello que han tocado tus manos y ponle color a todo eso. A tus manos, tus labios, a tus ojos, ¡a la vida, nena!

Conviértete en la tía irresistible que ya llevas dentro.

Deja de ponerle peros a todo, quítale el foco de una vez por todas a lo que te falta; a lo que los demás dicen que te falta.
¿Cómo vas a saber qué te falta de verdad si todavía no tienes claro lo que tienes?
Y ríete, sonríe, que no hay nada más bonito que una sonrisa en la cara de alguien que ha aprendido a amarse.
A cuántas personas conoces que no son guapas pero lo parecen. Yo, por lo menos, a más de una y quizá te ha pasado también que las miras y piensas: “pues ya le vale. Se creerá guapa la tía”. Y es que nos molesta ver en los demás lo que nosotras somos incapaces de hacer. Seguro que ésa tía es una “casi guapa” que un día decidió quererse.
Si te molesta, no la juzgues. Ámate tú.
Si todo esto está consiguiendo revolverte un poco, quizá sea el momento de empezar a cambiar algo.
Yo te aconsejo que, a pesar de tus pocas ganas, de la pereza, de tu creencia de que la belleza está en el interior, de que pienses que quien te quiera te va a querer como eres, de tu culamen tamaño cubana, de tu tripita de mamá reincidente o de herencia familiar, de tu tamaño, de tus granos, dermatitis, ojeras y demás imperfecciones de personas normales, empieces a ponerle una sonrisa a todo eso, porque lo único que te separa de tu belleza irresistible es la conciencia de que eres tan “casi guapa” como todas los demás.

No te escondas más, preciosa, que yo, por lo menos, quiero verte sonreír.

No quiero despedir este post sin advertirte que gastarte un montón de dinero en tratamientos y cremas no sirve de mucho ni no los utilizas. Que algunas tenemos la costumbre de llenar el armario del baño con cosas carísimas que son siempre el primer paso de un segundo paso que no llega nunca. Utilízalo.
Si inviertes, úsalo. Crea el hábito de cuidarte. Unos minutitos al día bastarán. Eso no va a convertirte en nada que no seas ya pero seguro que no te hace sentirte peor. No tenemos ningún reparo en romper los compromisos cuando es con nosotras mismas. No nos lo permitimos si en con los demás. Imposible llegar tarde a una cita, impensable faltar a un compromiso laboral, o decir que no a cualquiera aunque no nos interese una mierda lo que nos están pidiendo. Pero, ¿a nosotras? Eso si, mujer. Eso no es un problema y no tiene consecuencias. Eso crees, ¿verdad? ¡Pues te equivocas! Sí las tiene. Tu autoestima, tu autoconcepto, tu seguridad en ti misma y tu sentimiento de competencia y de seguridad de éxito se verán amenazados, tocados y hundidos. Y no queremos eso, ¿verdad? Pues a mover el culo, nena, que ya es hora.

Espejito, espejito, ¿quién es la más bella del reino? ¡TÚ!









viernes, 29 de septiembre de 2017

Conversaciones que curan


Una vez me dijeron que no hay nada mas curativo que el aroma de un café endulzado con una buena conversación. Y aunque pueda sonar un poco pobre yo creo en el poder curativo de las palabras. Nada, hoy por hoy, me parece más poderoso o trascendental.

Las palabras siempre están cargadas de intenciones, de emociones y buscan casi sin saberlo el final de todos los laberintos.

Alrededor de un café he descubierto a personas que amo y que hoy forman parte de mi universo, también que la voz de mi hija suena diferente si su corazón está tranquilo o no. 

He descubierto que hay personas que huelen diferente si están a punto de irse o pensando en quedarse, y otras que siempre se dejan el café a medias o lo marean para que nunca se acabe.

Alrededor de un café he tenido increíbles despertares, de esos que te dicen: ¡eh! ¿te das cuenta?, ya llegaste. 

Hay cafés que desnudan a las personas y las vuelven vulnerables y otras que esconden su boca detrás de la taza para evitar decir lo que no deben.



Hay cafés que son el principio de un camino y están llenos de planes, de esos que te hacen sentir que todo es posible y que esconden en el fondo la silueta de una llave y, hay cafés, que antes de llegar al último sorbo te han cerrado todas las puertas.

Cafés silenciosos y cafés ruidosos, dulces y amargos, con sabor a chocolate y descafeinados. 

Hay quien llama café a lo que no quiere poner otro nombre y hay quien deja el café y lo cambia por otra cosa.

A mi me gusta el café si te trae conmigo, si te asoma a mis laberintos, si tiene música de fondo y si me ayuda a encontrarme. 


Ahora me doy cuenta, mientras escribo esto, que quizá lo que me gusta no es el café. 


lunes, 11 de septiembre de 2017

Que bien sienta sentir

Que bien sienta sentir. 

Terminar una labor. Permitirse por unos días ser de otro tiempo y de otro lugar. 

El sonido del viento agita las ramas temblorosas del patio que aguantan estoicamente sus embestidas. 

La manta en el sofá; un sofá que no es nuestro pero que ya nunca va a poder olvidarse de nosotros. 

Norah Jones sonando con su "The long day is over" y esta sensación de paz que tanto necesitaba y que encuentro cada vez que me dejo agasajar por los colores de la vida; el azul rabioso y el verde, que además huelen a resina y a ozono. 

Me gusta pensar que cada día que pasa estoy un poco más cerca de la vida que quiero. 

Me gusta que me digas que estoy loca,  pero con esa sonrisa de " eres una loca maravillosa" y me gusta tu risa cuando te recuerdo que los locos son los otros, los que no saben que se puede ser quien quieras si lo deseas de verdad, si estás dispuesto a desaprender lo que no te sirvió para ser más feliz. 

Yo no tengo ni idea de que me tendrá preparada la vida. Cuantas sorpresas y contratiempos, cuantas veces más tendré que venderle mi alma a los que deciden quién se queda y quién se va o quien vale o no para lo que sea. Quizá solo nací para intentarlo y, quizá un día, ya no quiera hacer nada más que tejer mantas y respirar la vida hasta que no me quepa más. 

Pero cada vez que vengo, aquí o a cualquier otro sitio de esos que ya hemos hecho nuestros, que me quito la careta y yo soy más yo que nunca, me parece que quizá, solo quiera no hacer nada más. 

Y lo siento de verdad.

Aquí nunca me siento sola. 

Me gustan mis ojos cuando miran lo que he dejado atrás, y la luz que reflejo cuando me miro sonreír.  

Aquí me siento poderosa y grande. 

Camino sin prisa y Kometa me lo agradece, nos entretenemos con las fotos más tontas e irrelevantes. 

Nos ladran los perros de las otras casas y tú sigues como si no fuera contigo. 

Hasta tú eres más tú.

Sé que tengo que volver y terminar lo que empecé, que tengo que enfocarme y hacer un buen plan. Que me falta lana y que me quedan muchos puntos por aprender. 

Aquí el café me sabe a puchero y la vida a "mi vida". 

Aquí nada interrumpe mis pensamientos y mi imaginación se desborda de tal manera que parecen realidades. 

A veces no sé cuando estoy soñando. 

Salgo a pasear temprano y cuando vuelvo la casa huele a ti; como si lleváramos aquí toda la vida, y no puedo evitar pensar que no puede ser circunstancial, que todo huele al abrazo infinito de anoche y que olvidarlo sería como traicionarnos.

Ésta soy, la de aquí, la que no tiene miedo, la que no siente que tiene que estar siempre alerta. La que se deja llevar y la que gira contigo en ese baile improvisado, la que no se pone de puntillas porque mi boca queda a la altura justa de tu cuello y allí quiero quedarme, por lo menos mientras suena nuestra canción.



viernes, 1 de septiembre de 2017

Declaración de intenciones


Hoy, que el sol ha prometido salir, declaro que tengo la intención de disfrutar de lo que la vida ha tenido a bien regalarme y, además, hacerlo desde el convencimiento de merecerlo.  

Que digo yo que algo habré hecho bien.
Declaro la intención de no dejar de querer a quien me ha acompañado este tiempo aunque ahora ya su tiempo conmigo se haya acabado y tenga la sensación de que nos están pasando por encima la goma de borrar. Abrir la puerta a los nuevos y abrirles los brazos, que aunque ahora me resulten extraños y me den pudor sus muestras de afecto, voy a darles la oportunidad y a ver que pasa. Pero sobre todo, declaro mi intención de no sacar las uñas para defender territorios que nunca fueron míos. 
Declaro mi intención de soltarte y dejarte ir. No volver a mendigar nunca más el cariño de nadie, que quien me quiere y me conoce sabe que no hay nadie más incondicional que yo. Así que,a partir de ahora, exijo lo mismo al que quiera quedarse. 
Declaro mi intención de amar a los míos con las diferencias de los tiempos, las distancias y las particularidades que nos separan y poner solo el foco en lo que nos acerca. No sentirme más veces pequeña al menos que sea para dejarme querer. No volver a permitir que nadie me juzgue, que yo y solo yo puede y debe poner en tela de juicio lo que siento, lo que creo, mi forma de vivir o mi manera de amar. Sonreír mientras me alejo de lo que ya no tiene remedio y no meterme nunca más en cabeza ajena, que ya sé por experiencia, que lo que los demás piensan no es asunto mío. Aceptar que hay personas que de verdad y sinceramente me quieren y admiran y en ellas, sólo en ellas es en las que a partir de ahora voy a mirarme.
Declaro mi intención de no volver a caer en las redes de los miedos viejos ahora que los he identificado. Seguir viviendo a golpe de latido, aunque haya personas que no me comprendan, aunque me digan mil veces que me estoy equivocando declaro la intención de no volver a dudar de mi porque ahora sé que tengo razón. Quitarme la coraza que me aprisiona el alma para volver a sentir el calor, que este invierno ya ha durado demasiado y no quiero mas frío. Dedicar cada día el tiempo que merece a los que no me han soltado a pesar de todo, decir buenos días a todas esas almas traviesas que como yo, andan por ahí buscándole sentido y respuestas a todo e intentando  convertirse en la mejor versión de si mismos. Y declaro la intención de disfrutar de lo que hago, de cada palabra escrita y de cada letra leída. Volver a creer en lo que me dice mi intuición y pensar siempre antes de tomar una decisión si es eso lo que de verdad quiero. 
Declaro la intención de equivocarme mil veces más si ello me lleva a seguir aprendiendo y me da la oportunidad de sentir que vivir merece la pena. Aceptar los cambios y disfrutar de ellos, dejarme llevar y apartarme de los lugares donde no siento que pertenezco. Beberme la vida y escribirla cada día aunque otros ya lo hayan hecho antes, porque nadie, absolutamente nadie, tiene el copyright de las emociones y nadie, absolutamente nadie, ha contado las veces suficientes que hay tantas maneras de amar como personas que aman. 
Declaro la intención de seguir, de no rendirme, de no dejar de intentarlo, de no volver a dudar de que merezco todo lo bueno que me pasa, exactamente, en la misma medida, que lo merecen los demás. No volver a pensar que es suerte y reconocerme el trabajo, el esfuerzo, la voluntad y la perseverancia.
Declaro mi intención de seguir creyendo en todo y en todos los que me despierten a las mariposas.
Atentamente
Sandra Ortega Larrumbide


sábado, 19 de agosto de 2017

UNA MISMA TRIBU

Yo no tengo ni idea de qué pasará mañana, ni cuánto tiempo tendremos que lamentar que en nombre de dioses a los que mantenemos al margen cuando nos conviene se acabe con las vidas de personas. 

Tengo unos vecinos musulmanes, una familia con dos hijos. El mayor, un adolescente de una edad parecida al mío. Guapo, Moreno y con ese flequillo/tupé que hoy se dejan todos y que los hace parecer miembros de UNA MISMA TRIBU. La pequeña es lo suficientemente pequeña para entender lo que significa ser musulmana en un momento así. Ojalá pueda mantenerse mucho más tiempo es esa ignorancia y, ojalá, no tenga que sentir miedo nunca por serlo. 

Anoche, cuando volvíamos de trabajar, estaban charlando en la puerta madre e hijo, levantaron sus manos para saludarnos y nos sonrieron. Me conmovió el gesto y sentí miedo a la vez. El miedo de ella, de su madre, una madre que como yo tiembla cuando piensa que alguien pueda hacerle daño. Que alguna persona confundida aún por la diferencia entre la religión y el terrorismo le considere un enemigo contra el que luchar. Una madre que siente la indefensión profunda cuando otros en nombre de su Dios asesinan y siembran el terror. El miedo de una madre que dejará que su hijo marche esa noche a hacer las cosas que hacen los adolescentes y rezará (supongo) porque nadie mire a su hijo y confunda el objetivo.

En la calle donde vivo no se huele la violencia, ni el fanatismo, ni nada que recuerde lo que está pasando. En la calle donde vivo hay personas que intentan vivir en paz. Diferentes religiones que se saludan con la mano cuando se cruzan. Personas que se sienten amenazadas por la misma violencia y que condenan el mismo terrorismo. 

Barcelona; en la calle donde vivo, a todos se nos encogió el alma en el mismo suspiro. 


jueves, 13 de julio de 2017

Antes del desayuno



Me despierta la luz que entra por la rendija de la contraventana, que deliberadamente, dejé anoche con el propósito de que el sol me diera los buenos días. Mi primer pensamiento vuelve a ser de agradecimiento, casi de alegría contenida, porque una parte de mí sigue diciendo: agradece en silencio, no vaya a ser.

No recordar mi último pensamiento antes de dormir me proporciona una paz infinita; todo estaba bien.

El tan preciado equilibrio se vende caro y es siempre una cosecha difícil, por eso, cuando llega, hay que agarrarlo y saborearlo a mordiscos, como una fruta jugosa que al morder se derrama por las comisuras y resbala por la barbilla haciéndote cosquillas.

Le digo a Dori que este año he llegado agotada y sus ojos se llenan de comprensión, casi de compasión acompañada de ternura, de dulzura, y a la vez de compromiso por hacer todo lo que esté en su mano para que me recupere y me vaya como nueva.

Me pone el café como a mí me gusta y mis dos mermeladas favoritas, que ella misma prepara: de cereza e higos. Le añade al plato un pedacito de bizcocho de limón casero y yo, aunque sé de antemano que no podré comérmelo, disfruto de este detalle que huele y sabe a “todo esta bien”.

En mi paseo diario por las redes sociales me encuentro con un recordatorio de Facebook que me avisa de los enlaces que he guardado recientemente y me voy de inmediato a ojearlos. Tengo la costumbre de guardar para más adelante lo que por falta de tiempo no puedo leer y ahora es un buen momento. Abro uno de los blogs y leo: “La obligación de ser o no felices”. Critica, la ya convertida en costumbre, de fotografiar nuestros momentos felices y compartirlos por las redes sociales. Comenta incluso, un estudio realizado por una Universidad Americana, que asegura que contemplar los momentos felices de los demás, mientras nosotros estamos de”bajón”, provoca ira, enfado e incluso tristeza . Opina que la felicidad, no puede convertirse en un propósito de vida porque éste nos provoca ansiedad y, que mucho menos, puede ser algo que estemos obligados a sentir. 

Estoy de acuerdo en esa parte; no estamos obligados a sentirlo. 

La felicidad es una consecuencia, o así lo veo yo. El resultado de compartir la vida con personas que nos hacen sentir bien, que nos dan su tiempo, su amor, y que incluso al compartir sus tristezas nos hacen sentir parte de su vida. La felicidad es el producto de viajar, de saborear otros lugares y enriquecer nuestra existencia. Es también un efecto de trabajar en lo que te gusta, de ponerle pasión a lo que haces, de sentir que merecerá la pena todo el tiempo que le dedicas y que le quitas a otras cosas. La felicidad es la secuela de sentir que haces todo lo posible por estar sano y bien, de cuidar a los que amas, incluido tú.

La felicidad no es el fin, estoy de acuerdo, es la consecuencia.

Dice la entrada del blog que si hay que elegir entre la felicidad y la paz; mejor la paz .

Quizá estoy de acuerdo con eso también. Sobre todo cuando la alegría o la felicidad se viven de manera anticipada y se cubren de expectativas. De euforia quizá. 

Yo soy muy fan de la paz o del equilibrio, como a mí me gusta llamarle. Ese “todo está bien” que hace que mires el mundo con optimismo, como un lugar lleno de posibilidades y del que tú eres una parte importante. 

Respecto de fotografiar nuestros momentos felices y compartirlos con los demás o no, a mí me parece bien , que se compartan, quiero decir. A mí no me enfada contemplar los momentos felices de los demás, todo lo contrario. 

Me gusta miraros, me gustan los filtros y las sonrisas profident, me gustan los lugares que mostráis y, aunque me den un poco de pudor, las declaraciones de amor que os hacéis públicamente . 

Lo que no me gusta son las opiniones interesadas, los malos rollos, las imágenes de animales muertos. 

La imagen de la maldad no me gusta. 

Me gustan las reivindicaciones en positivo, la gente que se mueve y busca soluciones, me gustan los granitos de arena; si le pones un filtro para que llame la atención, mejor que mejor. Llámame rara si quieres, pero a mí lo que me indigna, enfada, preocupa y rompe mi equilibrio y como consecuencia, lo que me aleja de la felicidad, es la falta de respeto, la intolerancia, la infelicidad, la injusticia, la enfermedad, la falta de amor, la soberbia, lo ordinario. Así que yo seguiré compartiendo mis momentos felices, disfrutando de los tuyos y aportando mi granito de arena en aquellas causas en las que creo que puedo hacer algo.

Y hablando de hacer algo me he acordado de una fábula. Cuenta como un hombre quiso cambiar el mundo y, después de una lucha de titanes, comprendió que para cambiar el mundo debía empezar por cambiar él mismo. 

Llámame rara otra vez, pero yo creo que en la medida que yo sea más consciente, tolerante, respetuosa, comprometida con mi entorno y con los que lo conforman, estaré contribuyendo a cambiar las cosas. 

¿Y si todos lo hiciéramos? ¿Te lo has planteado? 

Creo que los grandes cambios empiezan dentro de uno. 

No me gusta que me digan lo que tengo que hacer, decir o pensar. No me gusta que me etiqueten por ser de ese grupo de personas (corrientes las llaman) que abogan por el bienestar y por el autoconocimiento. A veces siento que intentan mostrarnos cómo personas superficiales porque procuramos mostrar una imagen más bella y optimista de la vida. 

Yo no sé tampoco que es la felicidad, o el amor. Sé de sentir las cosas y de luchar porque nada me distraiga; os aseguro que esa no es una tarea fácil. Sé que la enfermedad es aleatoria en muchas ocasiones y sé, que cualquier día me moriré. Esa certeza me ha dado la vida, así, como suena, me ha dado las ganas de disfrutar de mi tostada de mermelada de cerezas mientras la “Garganta de los Infiernos” me da los buenos días y me grita que ella, seguirá aquí cuando yo ya no esté. Que soy más pequeña que una hormiga comparada con su inmensa y verde superficie, pero que hasta ésta hormiga, puede provocar una catástrofe si no entiendo los principios básicos de la vida y del amor “ no te dañes, ni dañes a otros “. 

Voy a seguir poniéndole filtros a mis fotos porque para cosas feas, ya tiene cada uno las suyas y, voy a seguir diciendo, cuando tenga la oportunidad, que lo intentes, un poquito cada día, que mires a tu alrededor también con filtro, que por mucho que nos empeñemos casi nunca tenemos razón. Voy a seguir escribiendo sobre el amor y, no quiero estresarte , pero para mí no hay nada más. De lo otro; lo que nos enfada, asusta, cabrea, desenfoca y entristece, ya se ocupan otros. Que no me parece mal, de verdad, no me mal interpreten. De hecho, lo que me parece, es que todos ocupamos un lugar y, este, es el mío. 

Este lugar donde la felicidad no es un fin, solo una consecuencia.

Sandra Ortega Larrumbide 


domingo, 21 de mayo de 2017

Que hoy sea el primer día del resto de tu vida

Normalmente no hablo de mis sesiones y, por supuesto, nunca de las personas que acuden a ellas (no lo voy a hacer ahora). Pero de alguna manera siento que deben saber, y de esta manera explicar a los demás, las maravillosas experiencias y el increíble aprendizaje que yo saco de ellas. No decidí de manera consciente trabajar con mujeres: ellas fueron acudiendo a mí y yo entendí que era un camino que debía recorrer.


Son muchos los que no terminan de entender que es lo que se hace en una sesión de Coaching y es normal. Demasiada información, demasiada mezcla de profesionales intentando hacerse un hueco, que comparten una filosofía, pero que no necesariamente se dedican a lo mismo. Hombres y mujeres que un día, a través de la inteligencia emocional, el Coaching, la Programación Neurolinguistica, el Mindfulness, la psicología positiva o, como en mi caso, con formación en cada una de ellas, resolvieron problemas y aprendieron a vivir de otra manera y que ahora se dedican a ayudar a otros.


Me gusta decirles a mis chicas que, aunque es verdad que cada uno de nosotros somos seres únicos, con nuestras peculiaridades, aprendizaje, creencias, prejuicios, experiencia, con nuestra propia manera de interpretar el mundo, no somos tan originales. Lo hago porque entiendo que todos recorremos caminos parecidos y en el compartir de nuestras experiencias (buenas y malas) nos sentimos menos solos.


En este tiempo he conocido mujeres de diferentes edades y como es lógico en diferentes etapas de la vida.


Ser madre o no, con hijos adolescentes o con bebés, con profesiones que les apasionan o todavía en la búsqueda de su pasión, con pareja o sin pareja... todas ellas con una historia personal maravillosa que hace que me replantee cada poco mi propia interpretación del mundo.


Lo enriquecedor de esta profesión es siempre la posibilidad inevitable de aprender, de mirarte en el espejo del otro y los despertares que esto provoca.


Las admiro porque no se conforman con lo que saben ni con lo que les pasa, porque quieren estar mejor, porque quieren conocerse y ser la mejor versión de sí mismas, porque están dispuestas a hacer una revisión de sus creencias y a romper con sus limitaciones, porque se comprometen. Las admiro por su generosidad, por el ejercicio de confianza que hacen conmigo y que, a veces, (soy consciente) no es fácil e incluso doloroso. Las admiro por su honestidad y porque les mueve el amor.


Es difícil romper con esa creencia tan arraigada de las mujeres que nos ha convencido de que nosotras siempre vamos después que el resto, sintiendo siempre ese dedo acusador que te señala a la mínima que te sales del camino marcado. Tú tiempo de cuidarte empieza cuando todos los demás están bien, a salvo.


Todas aquellas cosas que debes ser: primero una buena niña, después una buena chica, una "señorita", una buena madre y, en definitiva, una mujer como Dios manda.


Desgraciadamente esta creencia que hemos asumido casi como una ley universal nos hace sentir culpables si no estamos siendo o no hemos sido lo que se esperaba de nosotras.


La culpa es social y ésta creencia también.


Trabajar sobre ella con el fin de eliminarla es un trabajo maravilloso lleno de aprendizaje.


Invitada, como no, a reflexionar sobre esto demasiado a menudo, me he dado cuenta de todo lo maravilloso que nos vamos perdiendo a causa de esta creencia. En nuestra carrera por la igualdad hemos asumido roles nuevos pero sin descartar los antiguos (o descartándolos solo de cara a la galería) pero sin creérnoslo de verdad. Y ahora nos encontramos desempeñando todos los papeles. ¿Os acordáis de aquel juego de cartas de las familias? Pues nos hemos repartido todas las cartas.


La hija, la madre, la esposa, y el jefe de la tribu; ese también.


Yo tuve la suerte de pasar mucho tiempo con mis hijos en su infancia y en su adolescencia. Gracias a mi situación y a mí marido, que siempre entendió como yo la importancia de ese tiempo. Fue mi elección, no era mejor ni peor, solo tuve la suerte de hacer lo que de verdad quería hacer y me siento muy afortunada por eso. Trabajé a tiempo parcial, pequeños trabajos de los que siempre aprendí y cuando llegó el momento, el que yo consideré, volví a estudiar y tuve un trabajo a jornada completa. Tengo que reconocer que yo también me dejé llevar entonces por algunas creencias que me gritaban que debía tener un trabajo serio y que lo que yo consideraba mi pasión no era más que un hobby y que así lo debía sentir y desarrollar. Todavía hoy, algunos días, en los que me visitan las dudas, los miedos y el cansancio, me entran ganas de dejarlo todo y dejar de pelear. He tenido las dos experiencias, la de ser madre a tiempo completo y la de repartir ese tiempo entre estudios, trabajo, casa y familia. Durante mucho tiempo no me sentí feliz, nada era suficiente ni me sentía lo suficientemente completa. Siempre quería un poco más, siempre la sensación de que cuando terminara esto o aquello por fin habría llegado. Me costó mucho tiempo y ayuda comprender que nada de lo que hiciera me haría feliz si no empezaba  por revisar mis creencias, dejar de sentirme culpable por querer siempre un poco más, reconocerme el derecho a dedicarme a mí, a cuidar de mi, a respetarme y dejar de juzgarme. En este tiempo he tenido también la oportunidad de conocer a algunas mujeres llenas de talento que apostaron un día por ellas, por vivir de su pasión. Mujeres emprendedoras que me sirven de inspiración y que en momentos de flaqueza me recuerdan que ésta es la única vida que vamos a vivir, que  no hay otra vida de reserva para poder hacer lo que no hiciste y que no puedes esperar a mañana para empezar o para atreverte porque por horrible que suene, mañana puede que sea el último día de tu vida.


Las cosas se vuelven un poco más fáciles cuando entiendes que tu vida tiene fecha de caducidad.


Querer tener una profesión que te apasione, dedicarla todo el tiempo que necesite, sin sentirte culpable por estar descuidando todo los demás es, aunque no nos guste o nos cueste reconocerlo, todavía una cuenta pendiente que tenemos las mujeres.

O nos lo creemos de una vez o sentiremos siempre esa presión, el miedo o la preocupación, el juicio constante que nos hacemos a solas.


Esto no pretende ser un manifiesto feminista (nada más lejos de mi intención) no me gustan las posturas radicales y además creo y siento que el final de la desigualdad llegara el día en que dejemos de sentirnos desiguales y ocupemos todos los mismos lugares sin tener que pedir permiso por ello o justificar a nuestro sexo.


Lo que quiero decir es que si desterramos nuestras creencias y nos enfrentamos de verdad y sin juicios a lo que de verdad somos y empezamos a decidir sin miedo a lo que los demás opinen sobre nosotras elegiremos caminos mucho más fáciles y satisfactorios.


El otro día me decía una de mis chicas que se sentía como el burro detrás de la zanahoria. La entendí perfectamente. De esa manera tan gráfica se resume ese sentimiento inconformista que no nos deja ver que ya hemos llegado. Que ya nos podemos parar a disfrutar.


Este post tiene mucho que ver con aquel día.


Es verdad que no somos tan originales, tan verdad como que no todas nos sentimos igual ante las mismas circunstancias, tan cierto como que hay profesiones que no tienen ese techo de cristal contra el que algunas mujeres tienen que aplastar su nariz con la certeza de que nunca pasaran de allí. Realidades diferentes que cada vez más y con más frecuencia hablan de empezar por resolver desde dentro a través del desarrollo personal.


Un día, una de esas mujeres que me inspiran de las que os he hablado antes, soltó una de esas preguntas que te remueven y te despiertan y que yo hoy, y para terminar, te planteo aquí.


Si te sintieras absolutamente libre de decidir, sin miedo a los juicios y opiniones de los demás , si no existiera ningún freno externo o interno, ¿qué harías?


Eso que te respondas es lo correcto.


Gracias a todas por las lecciones.


#namaste