viernes, 29 de septiembre de 2017

Conversaciones que curan


Una vez me dijeron que no hay nada mas curativo que el aroma de un café endulzado con una buena conversación. Y aunque pueda sonar un poco pobre yo creo en el poder curativo de las palabras. Nada, hoy por hoy, me parece más poderoso o trascendental.

Las palabras siempre están cargadas de intenciones, de emociones y buscan casi sin saberlo el final de todos los laberintos.

Alrededor de un café he descubierto a personas que amo y que hoy forman parte de mi universo, también que la voz de mi hija suena diferente si su corazón está tranquilo o no. 

He descubierto que hay personas que huelen diferente si están a punto de irse o pensando en quedarse, y otras que siempre se dejan el café a medias o lo marean para que nunca se acabe.

Alrededor de un café he tenido increíbles despertares, de esos que te dicen: ¡eh! ¿te das cuenta?, ya llegaste. 

Hay cafés que desnudan a las personas y las vuelven vulnerables y otras que esconden su boca detrás de la taza para evitar decir lo que no deben.



Hay cafés que son el principio de un camino y están llenos de planes, de esos que te hacen sentir que todo es posible y que esconden en el fondo la silueta de una llave y, hay cafés, que antes de llegar al último sorbo te han cerrado todas las puertas.

Cafés silenciosos y cafés ruidosos, dulces y amargos, con sabor a chocolate y descafeinados. 

Hay quien llama café a lo que no quiere poner otro nombre y hay quien deja el café y lo cambia por otra cosa.

A mi me gusta el café si te trae conmigo, si te asoma a mis laberintos, si tiene música de fondo y si me ayuda a encontrarme. 


Ahora me doy cuenta, mientras escribo esto, que quizá lo que me gusta no es el café. 


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